Print

La impostada gravedad cuántica de Sokal


Invito a todo el que piense que las leyes de la física son meras convenciones sociales a que las transgreda desde la ventana de mi apartamento
Alan Sokal

Basta un título petulante y la mecha de un prejuicio para que todo arda. De tal premisa partió Alan Sokal, físico bostoniano y ateo confeso que enseñaba por entonces en la Universidad de Nueva York, cuando en 1994 envió el artículo Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica a Social Text, conocida revista posmoderna de estudios culturales de la Universidad de Duke cuyos editores alardeaban de un sesgo declarado contra la ciencia empírica. La tesis desarrollada a lo largo del texto de Sokal, 48 páginas, 235 referencias bibliográficas, 109 notas finales, era tan temeraria como inverosímil: proclamaba, a base de una sesuda colección de disparates, que la gravedad cuántica es un constructo social y lingüístico, existente tan solo porque la sociedad actúa como si fuera cierta. Si la humanidad no creyera en ella, la gravedad simplemente desaparecería.

El científico español Javier Sampedro ha descrito Transgrediendo… como “una interminable colección de falacias pomposas, fárragos impenetrables y simples tonterías envueltas en la jerga inconfundible de quien no tiene nada que decir”. Como botón de muestra valga un fragmento del párrafo final de la vitriólica parodia desplegada por Sokal: “Ni la lógica ni la matemática escapan a la ‘contaminación’ de lo social. Y como han señalado repetidamente las pensadoras feministas, en la presente cultura esta contaminación es abrumadoramente capitalista, patriarcal y militarista: las matemáticas se representan como una mujer cuya naturaleza desea ser el Otro conquistado”. Ni las constantes de la naturaleza se libran de tanto desatino: “El número π de Euclides y la G de Newton, antes vistos como constantes y universales, se perciben ahora dentro de su ineluctable historicidad; y el posible observador queda fatalmente descentrado, desconectado de cualquier vínculo epistémico con un punto del espacio-tiempo que no puede ya definirse solo por la geometría”. En román paladino, que el número π y la constante de la gravitación universal son convenciones sociales, fuera de la realidad física.

Los editores de Social Text tuvieron a bien publicar el artículo sin tocar ni una coma. Semanas después, Sokal anunció en otra fuente que todo era un farfullar de “las citas más estúpidas que había podido encontrar sobre matemáticas y física”, una denuncia de la influencia de la filosofía posmoderna en las disciplinas sociales. El escándalo fue mayúsculo. Mientras la revista engañada disimulaba su rubor detrás de acusaciones de falta de ética, la ciencia seria abría los ojos desmesuradamente antes de estallar en una carcajada.

Esta denuncia del relativismo cultural extremo suscitó un debate muy vivo. Sin duda, ciencia y cultura corren de la mano, pero la comprensión de la naturaleza no ha de entenderse como un objeto cultural desligado de unos principios más profundos que, cuando son descubiertos, se trasladan a la tecnología, por ejemplo, de la aviación o de los teléfonos móviles. Lejos de arredrarse ante sus detractores, Sokal volvió a la carga en 1999 cuando coescribió, con el físico belga Jean Bricmont, el libro Imposturas intelectuales. Esta vez se ensañaba con los floridos pensadores franceses que, como Jacques Lacan, Julia Kristeva o Gilles Deleuze, extendían sus obtusas reflexiones en jugosas conferencias y seminarios en las universidades norteamericanas. El célebre Lacan, apóstol del misticismo laico, llegó a comparar la vida humana con un cálculo en el que el cero es irracional y el órgano viril con la raíz cuadrada de –1. No menos atrevida, la psicoanalista belga Luce Irigaray especulaba sobre si la fórmula de Einstein de la masa y la energía no sería una ecuación sexuada que privilegia la velocidad de la luz respecto a otras que “son vitales para nosotros” por ser “lo que va más aprisa”. Las acusaciones de Sokal y Bricmont soliviantaron por demás a los medios franceses, que abrieron una cruzada nacional en favor del estilo elegante de la educación gala y en contra del acusado prosaicismo de los anglosajones.

Transcurridos más de veinte años, el episodio fue recordado con motivo de la aparición de otro fraude desenmascarador. Se acepta en general que el conocimiento científico debe estar libre de ideología –lo cual es a menudo incierto– y que esta ecuanimidad ha de basarse en garantías como las que ofrecen las revistas científicas, con sus temidos especialistas y miembros de consejos editoriales en quienes se da por hecha una profunda erudición sobre cada materia. Pues bien, la psicóloga polaca Katarzyna Pisanski y sus colaboradores diseñaron un experimento trampa en el que atraparon a las “revistas depredadoras” que no aspiran a la calidad sino a obtener una cuota de autores suficiente que dé sentido a su continuidad. Con un personaje inventado, por lo demás mediocre, y un nombre falso, el grupo de Pisanski se ofreció como miembro del consejo editorial a 360 revistas: “En 2015 creamos un perfil ficticio de una científica llamada Anna O. Szust, que incluía una página web falsa como profesora y cuentas en Academia.edu, Google+ y Twitter […] Los intereses académicos de Szust eran intencionadamente amplios y se basaban en las áreas de las ciencias sociales y las humanidades […] La fotografía de Szust utilizada en su página web y en su currículum se compró en Dreamstime, una agencia online de venta de imágenes”. A ello se añadían otros señuelos bastos que a una persona mínimamente escrupulosa le habrían saltado de inmediato a la vista. Aunque tuvieron la delicadeza de guardar el anonimato de sus corresponsales, los investigadores polacos refirieron que 48 revistas, una de ellas española, aceptaron a la falsa profesora sin más problema ni mayor comunicación. Un escándalo que puso de relieve los flecos débiles de la edición científica, los intereses turbios de muchas publicaciones presuntamente fidedignas que se presentan ante sus lectores como un dechado de profesionalidad.

Referencias:
El diario El País ha analizado la cuestión desde distintas vertientes y en distintos momentos en artículos como “El caso Sokal”, firmado por Jorge Wagensberg (https://elpais.com/diario/1997/03/19/sociedad/858726026_850215.html), y en “Batalla entre físicos y metafísicos”, recogida del New York Times (https://elpais.com/diario/1999/01/05/cultura/915490801_850215.html). El artículo de Javier Sampedro que ha inspirado estas páginas está accesible en “Anna O. Szust” (https://elpais.com/elpais/2017/03/22/opinion/1490191143_674613.html). También puede consultarse el texto origen de la polémica de Sokal, en inglés, en la página https://physics.nyu.edu/sokal/transgress_v2/transgress_v2_singlefile.html. Asimismo en inglés, la página www.physics.nyu.edu/faculty/sokal contiene más de un centenar de artículos y referencias, tanto de Alan Sokal como de sus comentaristas, junto con resúmenes de debates acerca de la ciencia, la filosofía, la cultura y, sobre todo, la impostura seudocientífica.

Back

USO DE COOKIES

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas pueden ser esenciales para su funcionamiento, mientras que otras solo nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario. Puede decidir por sí mismo si quiere permitir el uso de las cookies. Pero tenga en cuenta que si las rechaza quizá no consiga utilizar todas las funcionalidades del sitio web.

Al seguir navegando por este sitio web, acepta nuestra Política de privacidad y de cookies y su Aviso legal (haga clic en ellos para ver más información).