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La científica que surgió del frío


Primero vivir, después filosofar
Atribuido a Thomas Hobbes

La niña con ojos fascinados por la naturaleza en la pequeña aldea guardaba en su tesón la llave de uno de los mayores hallazgos científicos del siglo XXI. En su vivienda humilde de Szolnok, la gran llanura húngara, no había agua corriente, ni frigorífico, tampoco televisor. El padre carnicero y la madre contable luchaban por salir adelante mientras veían en la mirada de su hija brillar el entusiasmo por la búsqueda, la lucidez frente al descubrimiento. Por eso Katalin pudo estudiar en la Universidad de Szeged, trabajar en el Instituto de Bioquímica de esta misma ciudad regida, como todas, por el Partido Comunista que aplastara la revolución de 1956 con el puño férreo de Janos Kádár, otra modalidad de carnicero que guardó en envoltorios de paz y estabilidad un régimen represor y sangriento mientras purgaba sus desmanes con tragos de pálinka. Por entonces la niña había cumplido un año.

La vacuna contra la COVID-19, contra el coronavirus que puso en jaque a las sociedades de todo el mundo y provocó millones de muertos, encontró en la muchacha hecha mujer adulta un recurso de impagable valor. Porque Katalin Karikó, bioquímica de esforzado renombre, contra viento y marea, con la ayuda de Drew Weissman y el olvido oficial durante muchos años, desentrañó el secreto del ARN mensajero como medio para modificar la codificación de proteínas y acaso algún día curar, como soñaba, el cáncer. Con su técnica se forjó la vacuna sintética que Pfizer y Moderna inocularon en cientos de millones de personas desde 2020, el año más fatídico de la pandemia. La húngara, al conocer el final exitoso de cuatro décadas de esfuerzo, sintió un vuelco de redención.

Pero no todo fueron mieles en este despertar. Los movimientos antivacunas campaban a sus anchas y la tecnología suscitaba sospechas. Prosperaron los bulos. Que si en los ingredientes se mezclaban conservantes, antibióticos malévolos, las células fetales de tejidos de abortos, partículas de látex, de metales incluso. Que si eran medicamentos infecciosos, con el fin de crear más variantes mortíferas del virus con que nutrir las arcas de grandes farmacéuticas. Que si alteraban el ADN y la genética de nuestros descendientes. Que si se introducían con un chip informático invisible con el que controlar la vida y la salud de los incautos.

La campaña de los suspicaces afectó personalmente a Karikó. Se hizo notorio en esas fechas un episodio oscuro de su biografía. La mujer, que en pleno sovietismo escapó con lo puesto y su familia a los Estados Unidos tras vender su automóvil, cambiar subrepticiamente los florines por dólares y cruzar la frontera cuando su instituto perdió la financiación, había colaborado con los servicios secretos húngaros en la universidad. Ella no lo negó, confesó haber sido obligada con la amenaza de anular su incipiente carrera revelando el papel de su progenitor en la revolución fallida contra el régimen. Se amparó en la prensa argumentando que jamás delató a nadie, que aquello era corriente en un entorno de trabajo en el que no se hablaba, en el que nadie se movía ni osaba contradecir las instrucciones. “No di ningún informe por escrito, a ninguno le hice daño”, se defendía. Las cifras oficiosas señalan que más de 150.000 húngaros fueron reclutados por los servicios de seguridad, que en el año anterior a la captación de Karikó había casi siete mil agentes activos. Algunos dieron crédito a la declaración exculpatoria de la investigadora. Otros la empañaron con sombras, pues admitir la colaboración es un hecho extraordinariamente raro en las sociedades poscomunistas. Sea como fuere, en 2023 Karikó y Weissman recibieron el Premio Nobel de fisiología o medicina por haber contribuido al desarrollo de la vacuna contra la peor pandemia en un tiempo tan rápido. Hungría se hallaba ya sumida en un movimiento social hipernacionalista. Dieciséis años antes, el sepulcro de Kádár, el brutal dictador, y de su esposa había amanecido destrozado, sin el cráneo, los huesos esparcidos de sus ilustres ocupantes. “Asesinos y traidores no pueden descansar en la tierra sagrada”, fue el mensaje final de los profanadores.

Referencias:
El papel de Katalin Karikó como informante fue relatado en numerosas fuentes periodísticas durante los inicios de la década de 2020 (véase, por ejemplo, https://es.euronews.com/2021/05/25/la-madre-de-la-vacuna-covid-19-katalin-kariko-fue-informante-de-la-policia-en-la-era-comun). En inglés, es interesante la información recogida, también en euronews, en www.euronews.com/my-europe/2021/05/25/i-was-innocent-soviet-era-ghosts-return-to-haunt-covid-19-vaccine-scientist. La biografía de Karikó puede consultarse en distintas fuentes, como Wikipedia (en español, es.wikipedia.org/wiki/Katalin_Karikó, e inglés, en.wikipedia.org/wiki/Katalin_Karikó, esta segunda más extensa). Su peripecia científica se ha relatado en el artículo “Katalin Karikó, la bioquímica que entendió cómo utilizar el ARN mensajero para curarnos e inmunizarnos”, de Rocío Benavente (https://mujeresconciencia.com/2021/01/21/katalin-kariko-la-bioquimica-que-entendio-como-utilizar-el-arn-mensajero-para-curarnos-e-inmunizarnos/).

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