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Las palomas y el pensamiento mágico


Amé a una paloma como un hombreama a una mujer, y ella me correspondía
Nikola Tesla

Burrhus Skinner, estadounidense y pionero del conductismo en psicología, ideó un experimento un tanto maquiavélico sobre el condicionamiento de la conducta animal. Indujo en ocho palomas un “estado estable de hambre” y las expuso a una jaula durante unos minutos al día. En la jaula introducía cada cierto tiempo dispensadores de alimento que, inicialmente tapados, se abrían con un cierto retraso, con lo cual inducía en las pobres aves un estado de famélica excitación. El cruel experimentador ensayó diversas formas de condicionamiento de sus víctimas y observó que las palomas desarrollaban conductas estereotipadas reconocibles. A una de ellas, en su mente obnubilada, se le ocurrió que si daba dos o tres vueltas alrededor de la jaula en sentido contrario a las agujas del reloj, la tapa del dispensador se abriría milagrosamente y le daría acceso a su tesoro. Otra aprendió a esconderse tras una barra imaginaria, de la que asomaba de pronto para descubrir, por fin, la tapa abierta. Dos más movían cabeza y cuerpo como un péndulo y una simulaba picotear el suelo distraída sin llegar a tocarlo. Todo para calmar la tensa espera y, con el convencimiento de que estos gestos conducirían con su magia a la apertura de la tapa.

El ladino de Skinner reforzó la conducta condicionada de cada paloma enseñándole la comida cuando esta realizaba un determinado movimiento, y solo ese. De tal forma que la incauta llegaba a la conclusión de que era su rito mágico, y no la negra mano oculta entre bambalinas, el que la permitía degustar el maravilloso manjar.

Los investigadores han utilizado este clásico trabajo para señalar que todos los animales superiores, aves y mamíferos, incluido el ser humano, tienden a basar su supervivencia en la búsqueda de patrones en su entorno. El cerebro sintiente solo se calma si encuentra una pauta que lo haga capaz de reconocer e interpretar el mundo en un sentido provechoso para él. Por ello sufrirá lo indecible si no descubre las causas de cuanto le acontece. La psicología conductista nos enseña también que muchos de estos gestos son absurdos e inútiles, ya que buscan motivos donde no los hay, por puro instinto y en lucha sempiterna contra la ignorancia y la desesperación existencial. No quedan tan lejos los dogmas de la magia y la religión de los supersticiosos.

Como supersticioso, al extremo, fue uno de los genios más extravagantes del siglo XX. Al gran Nikola Tesla, inventor incansable, providencial e imaginativo, se le debe, entre otros muchos hallazgos, el sistema de corriente eléctrica que alumbra nuestras casas. Aquel serbio infeliz veía el mundo como número y vibración, como energía transformadora en la que creyó una vez haber descifrado el código de la creación. En su vida endeble y fascinante no supo amar a las mujeres, pero declaró a las claras su pasión por las palomas. Las recogía, cuidaba y alimentaba, y con una que enfermó y a la que supo curar desarrolló una relación muy personal. Tal vez fuera aquel el encuentro entre dos seres heridos por hechizos secretos: el hombre en busca de la emoción y el absoluto de su mente y el ave deseosa de un hálito vital que atemperara su propia incertidumbre.

Referencias:
El artículo de B.F. Skinner de 1947 sobre el pensamiento mágico en las palomas como resultado del condicionamiento psicológico puede consultarse en “‘Superstition’ in the pigeon” (psychclassics.yorku.ca/Skinner/Pigeon/). La figura de Tesla ha sido fuente de novelas, películas y series de televisión. Su semblanza se recoge en muchas fuentes, como el artículo “Nikola Tesla, el genio de la electricidad” (historia.nationalgeographic.com.es/a/nikola-tesla-genio-electricidad_14494).

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