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El hombre de las palomas


Estar solo es el secreto de la invención; si estás solo es cuando acuden las ideas
Nikola Tesla

Columbofilia, caquifobia, escotofilia, patofobia, esferofobia, trifilia y alucinaciones visuales y auditivas. Estas son algunas de las nada amables conductas que se han atribuido al inventor serbio-americano Nikola Tesla, descubridor del campo magnético giratorio que es la base de la mayor parte de las máquinas de corriente alterna que inundan hoy nuestro entorno cotidiano. Tesla, nacido en 1856 en los dominios del imperio austrohúngaro aunque emigrado a los Estados Unidos mediada la década de 1880, es el primer protagonista del libro Strange Brains and Genius (Genios y cerebros extraños), de Clifford Pickover, de cuyas páginas se ha extraído la anterior relación de rasgos esquizoides.

Un estrafalario europeo que firmaba sus cartas con las iniciales G.I. (“gran inventor”) y que vivió en hoteles durante buena parte de su vida denostando el matrimonio y arremetiendo sin piedad contra sus enemigos, Tesla fue un personaje digno de novela. Dotado de un indudable talento para la intuición inventiva, era hijo de un sacerdote de la Iglesia ortodoxa serbia y de una inteligente mujer, muy supersticiosa, que aunque iletrada mostraba pasión por las historias homéricas. Algunos trazos del carácter materno se perpetuarían en un Nikola tímido e hipersensible cuya infancia estuvo marcada por la tragedia: su admirado hermano Daniel murió al caer de un caballo y él mismo estuvo a punto de perder la vida cuando, con cinco años, intentó volar saltando desde el tejado de su casa con el único sustento de un paraguas.

Fascinado por el funcionamiento de las máquinas agrícolas que encontraba a su paso, Nikola Tesla pronto encaminó sus pasos hacia el ámbito de la ingeniería. Después de varios años de residencia itinerante en Graz, Praga, Budapest, Estrasburgo y París (enrolado en la Continental Edison Company), en 1884 decidió embarcarse hacia Nueva York con cuatrocientos centavos en el bolsillo, algunos poemas propios y los cálculos necesarios para construir una máquina voladora.

En la ciudad neoyorquina empezó a trabajar con Thomas Alva Edison, pero las diferencias en los métodos de trabajo de ambos inventores los llevarían a una ruptura inevitable. Tesla se pasó a la competencia, y desde la casa fundada por George Westinghouse entabló una titánica lucha por la conquista del mercado de la electricidad de consumo. El serbio postulaba un sistema de corriente alterna que terminaría imponiéndose al de corriente continua patentado por Edison. Aupado en este éxito comercial, Tesla dio en fundar su propio laboratorio, donde gozaría de total libertad para encauzar su inmensa pulsión creativa. No era raro verlo enfrascado en raras demostraciones ante sus atónitos visitantes, como la de encender bombillas sin necesidad de cables, haciendo pasar la electricidad a través de su propio cuerpo erigido en material conductor. Pretendía así desterrar todo temor sobre los riesgos de la corriente alterna.

La productividad de aquellos años fue extraordinaria. Tesla presentó no menos de 250 patentes originales, entre ellas las referidas a invenciones sobre el campo magnético rotatorio, el motor de inducción y el sistema de distribución polifásica, osciladores de radiofrecuencia, sistemas de comunicación inalámbricos (la radio atribuida a Guglielmo Marconi), rayos X, gases ionizados, protección contra las tormentas eléctricas y diversos diseños de turbinas, aparatos voladores o incluso un barco teleautomático guiado por control remoto.

No obstante, su prestigio, que rivalizó en tiempos con el del propio Edison, no se plasmó como debiera en los enormes réditos económicos que habrían sido de esperar. Poco eficaz en los asuntos pecuniarios, Tesla terminó enfrentado con sus valedores debido tal vez a la extravagancia de algunas de sus propuestas o, como también se ha señalado, por su oposición manifiesta a la poderosa industria militar. En el plano personal disfrutó de la amistad de un círculo muy reducido de amigos en el que figuraba el escritor Mark Twain. Según las crónicas, este fue víctima de uno de los inventos de su estrambótico compañero: una plataforma vibratoria con un sorprendente efecto laxante. El novelista permaneció demasiado tiempo subido en ella y hubo de ser acompañado a toda prisa hacia el cuarto de baño.

Las hazañas de Tesla contemplan varios inventos rayanos en la temeridad y el absurdo. Sus críticos no desaprovecharon la ocasión de airear sus elucubraciones acerca de su aptitud para comunicarse con seres de otros planetas o de la posibilidad de hender la Tierra por la mitad, como una manzana, mediante una de sus creaciones. Tampoco omitieron uno de los “inventos” más originales del serbio: un rayo letal capaz presuntamente de destruir diez mil aviones desde una distancia de 400 kilómetros.

Entre tanto, Tesla no dudaba en cultivar al máximo esta imagen de extravagancia, aún más en sus años decadentes, cuando cayó definitivamente presa de manías y temores sobrenaturales. En un libro autobiográfico añoraba los tiempos de su infancia en los Balcanes, lamentando haberse tenido que alejar “de nuestras palomas, pollos y ovejas, y de nuestra magnífica bandada de gansos que solían elevarse hasta las nubes al amanecer”. Tal vez haya que buscar en esta sensación de pérdida las claves de una de las últimas pasiones del genio: la columbofilia. Ataviado con traje de recto caballero victoriano, llegaba a desatender sus obligaciones en el laboratorio para dar de comer a las palomas en los parques y curar a las que encontraba heridas. Cuando estaba enfermo o se veía imposibilitado, encargaba la tarea a personas de su confianza, e incluso llegó a pagar notables sumas para que “sus” palomas no quedaran abandonadas.

Algunos relatos de la vida de Tesla refieren un extraño episodio que pudo marcar el inicio del declive definitivo del inventor. Durante varios años tuvo como mascota a una paloma blanca con la que decía mantener contacto telepático. Intensas premoniciones le hacían saber cuándo el animal estaba enfermo y, al contrario, si era él quien se sentía mal, el ave acudía de inmediato a su regazo para consolarlo. La muerte de la paloma en 1922 sumió a Tesla en una profunda melancolía, acrecentada por su insoslayable fracaso económico. Cierto es que, entre 1890 y 1910, había ganado con sus inventos en torno a un millón de dólares, una cifra más que respetable para su tiempo. Pero desde esa fecha sus creaciones dejaron de interesar y apenas encontró recursos financieros. Tan solo tras su muerte, sobrevenida en julio de 1943, la comunidad científica rindió un merecido tributo a este hombre atormentado que tuvo una vida tan pasional como contradictoria, a caballo entre la ciencia y la superstición.

Referencias:
La figura de Tesla ha sido fuente de novelas, películas e incluso marcas comerciales, como la conocida de automóviles eléctricos. Su semblanza se recoge, entre otras muchas fuentes, en https://historia.nationalgeographic.com.es/a/nikola-tesla-genio-electricidad_14494. Los enfrentamientos entre Tesla y Edison se han plasmado en un interesante artículo de Wikipedia con el título de “Guerra de las corrientes” (https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_las_corrientes). La historia de estas páginas se inspira en un extracto del artículo “Genios excéntricos” accesible en www.acta.es/recursos/revista-digital-manuales-formativos/255-037.

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