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El vuelo de la mariposa


Para el simple vuelo de una mariposa es necesario todo el cielo.
Paul Claudel

De niño, Fred Urquhart desarrolló un gran interés por los insectos que medraban en los marjales de juncos y espadañas en torno a su escuela en Toronto. Le intrigaba una bella mariposa que desaparecía misteriosamente al albor del otoño y regresaba en oleadas entrada la primavera. Ya de adulto, reputado zoólogo en la universidad de su ciudad natal, Urquhart domeñó su curiosidad infantil con datos científicos. Supo que aquella mariposa monarca, de nombre técnico Danaus plexippus (literalmente, “transformación somnolienta”), adornaba un sobrio cuerpo de líneas negras con alas de tonos rojizo-anaranjados y hasta diez centímetros al abrirse. Que, ubicua y cosmopolita, poblaba amplias zonas del hemisferio occidental y que vientos y corrientes habían extendido sus colonias a enclaves remotos de Hawái, Australia o las islas Canarias. Pero que solo en Norteamérica protagonizaba aquella extraña migración, tal vez porque únicamente allí la impulsaba un motivo inexcusable: los gélidos inviernos de Canadá y el norte de los Estados Unidos se cernían sobre las plantas que alimentaban al insecto e impedían la cría de sus larvas, nacidas de los cientos de huevos alargados que la hembra depositaba en el envés de las hojas del algodoncillo, una asclepia cuyo néctar también degustan las abejas.

Fred se confabuló con su esposa y colega Norah Patterson para desvelar el secreto de aquel viaje. Ambos criaron mariposas por miles e idearon un sistema de marcaje en sus alas con marbete adhesivo y un sucinto mensaje en él impreso: “Enviar a Zoología Universidad de Toronto Canadá”. Reclutaron un ejército entusiasta de científicos y aficionados para seguir el rastro de las monarcas que, para su decepción, se perdía en los confines del estado de Texas. Habían transcurrido casi cuatro décadas desde el inicio del proyecto cuando se convencieron de que debían seguir la busca en México. Ken Brugger, maduro naturalista sin formación académica afincado en este país, se prestó a la tarea, primero como voluntario y después con un magro contrato de colaboración. Brugger sumó al proyecto a Catalina Aguado, una aventurera mexicana treinta años más joven con la que contraería matrimonio al cabo de unos meses. A bordo de su caravana, la pareja recorrió caminos poco transitados de las sierras de México con el rechazo o la anuencia, según las circunstancias, de los pueblos indígenas. La noticia esperada no tardó demasiado. Siguiendo el consejo de unos leñadores, el 2 de enero de 1975 Ken y Catalina ascendieron con esfuerzo hasta el Cerro Pelón, en el estado de Michoacán, y encontraron los árboles y el suelo del boscaje cubiertos por millones de monarcas. Meses más tarde, los Urquhart organizaron el anhelado viaje hasta el lugar: “Masas de mariposas, ¡por todas partes! En la quietud de su estado semilatente, engalanaban las ramas de los árboles, envolvían los troncos de los oyameles, alfombraban el suelo con sus trémulas legiones”, escribía Fred al año siguiente, cuando la revista National Geographic lanzó su número de agosto con una imagen en portada de Catalina Aguado abriéndose paso entre los enjambres.

Por supuesto, aquel descubrimiento no era tal para los lugareños quienes, año tras año, aguardaban devotamente el advenimiento místico llegado de otro mundo, según contaba la leyenda, para anunciar el arcano de la resurrección. En cada mariposa veían destellar el alma de un difunto y les estaba proscrito cazar o matar ninguna hasta apagada la magia, y las velas, del Día de los Muertos. Nada sabían del arduo devenir de aquellos seres alados, de sus más de cuatro mil kilómetros sobrevolando los campos y las fumigadoras, las praderas floridas y menguantes del oeste, los reveses de lluvias y tormentas, las áreas de deforestación, los depredadores atentos en sus áreas de descanso, la interminable sucesión de desiertos y sierras mexicanos que habían de recorrer casi sin detenerse. Los Urquhart describieron que, en su éxodo, las mariposas monarca se guían por el sol y descansan de noche, se resguardan en tierra de los vientos cambiantes, sufren las inclemencias con reducciones trágicas en su población y, aún más extraordinario, se reproducen en tránsito: los ejemplares que llegan a Toronto cada primavera son los descendientes de los que partieron unos meses atrás. Solo una de cada cuatro generaciones, llamada Matusalén, emprende la proeza del camino hasta México e inicia la travesía de regreso al norte. Las otras tres sobreviven tan solo unas semanas.

Las monarcas en Norteamérica están amenazadas de extinción por la presión humana y el cambio climático. Desde 1986, cinco de sus santuarios de hibernación en los estados de Michoacán y México han sido protegidos por decreto y forman parte de la reserva de la biosfera declarada por la UNESCO. Ahora los campesinos reciben a los insectos no ya con el sentido religioso de antaño, sino también con música de celebración y fuegos de artificio que anuncian la temporada alta de visitantes y turistas deseosos de contemplar el espectáculo. Se reúnen los comités, se designan los guías, se ensillan los caballos, se gana el dinero justo para ir sobreviviendo como depositarios de una de las migraciones animales más prodigiosas del planeta.

Aves, ballenas jorobadas, salmones, leones marinos de California, libélulas, ñus, tritones, renos americanos. Muchas son las especies que se desplazan, a miles de kilómetros, en busca de comida, un mejor clima estacional o lugares idóneos para el apareamiento y la reproducción. ¿Cómo consiguen orientarse en la enormidad del océano, en lo inabarcablemente diverso de los paisajes terrestres? Quizá se guíen por la luz, la memoria visual, los campos magnéticos, los ciclos circadianos. Las investigaciones científicas al respecto apuntan en varias direcciones. El enigma es aún mayor ante las evidencias de que los individuos de algunas de estas especies no completan el trayecto de ida y vuelta, sino que legan a sus descendientes, por vía genética, la información necesaria para seguir el rumbo. Los mecanismos biológicos que gobiernan tamaños éxodos distan de ser comprendidos en profundidad. No obstante, en las últimas décadas ha cobrado fuerza un pensamiento novedoso: acaso la física cuántica pueda aportar algunas de las claves que ayuden a desentrañar este misterio.

Referencias:
Esta historia es un extracto del artículo “Biología y cuántica” accesible en www.acta.es/recursos/revista-digital-manuales-formativos/652-099. El artículo reseñado y firmado por Fred Urquhart (“Monarch butterflies found at last”, National Geographic, agosto 1976) puede consultarse en línea en la dirección www.ncrcd.org/files/4514/1150/3938/Monarch_Butterflies_Found_at_Last_the_Monarchs_Winter_Home_-_article.pdf. Otro artículo de interés, hecho público con motivo de la 22.ª Conferencia de Solvay sobre Química, es “Quantum effects in biology” (www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1876619611000507). La BBC dedicó un hermoso documental a la vida y la migración de las mariposas monarca (www.youtube.com/watch?v=jn12dexMYlw). Más breve, se recomienda también el documental “El fascinante santuario de las mariposas monarca” (www.youtube.com/watch?v=ZKD7JkZNZl4).

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