Un papa mago
Y Pedro Hispano,
que con sus doce libros resplandece
Dante Alighieri
Pedro Julião era hijo de médico. Nacido en Lisboa, cultivó su ansia de saber en las aulas de la Universidad de París. Medicina, lógica, dialéctica, teología y metafísica se hallaban entre sus materias predilectas. Enseñó en Siena y ejerció el magisterio en los círculos de la intelectualidad de la Baja Edad Media. Hoy figura en el panteón de escolásticos ilustres junto a nombres como Alberto Magno, de quien tomó sus enseñanzas, o el inglés Roger Bacon.
La vida de Pedro está envuelta en cierto halo de misterio. Destacado teólogo, se instruyó quizá en las artes de la alquimia y acumuló una vasta cultura filosófica. Su obra De oculis, un tratado de oftalmología, contenía descripciones y recetas que salvaron la vista a muchos enfermos, entre ellos, al cabo de los siglos, el artista Miguel Ángel. En Thesaurus pauperum (“El tesoro de los pobres”) compuso un compendio enciclopédico de las enfermedades de mayor difusión de su tiempo y de los remedios contra ellas. Dentro de los cánones de la época, el tratado contenía atrabiliarias fórmulas para que los hombres mejoraran su potencia sexual e hicieran gozar de su placer a las mujeres.
Mientras se agrandaba su estela, Pedro, rebautizado como el Hispano, medró en la vida eclesiástica. Decano de la Seo de Lisboa y arzobispo de Braga, llegaría a cardenal y acumuló un prestigio que lo llevó a encumbrarse como Sumo Pontífice. Pero antes vivió tiempos tumultuosos. Bullía Italia entre luchas violentas de güelfos papistas y gibelinos aliados del Emperador sacro-germánico. La inestabilidad en Roma había persuadido a la corte pontificia para que trasladara su residencia. La ciudad italiana de Viterbo, en el Alto Lazio, aún conserva el magnífico casco encerrado entre murallas que eligió como refugio. Antiguo centro de la cultura etrusca prerromana, en la hermosa urbe viterbesina se celebró en 1268 el más célebre y largo cónclave de la historia.
Fallecido Clemente IV, en aquel año los cardenales se emplazaron en Viterbo para elegir a su sucesor. Mas la presión política y ambiciones cruzadas de grupos eclesiales complicaron el voto: durante más de un año las reuniones se eternizaron sin que alumbraran ningún desenlace. El hastío del pueblo, que debía alimentar y atender a los indecisos electores, derivó en un conato de revuelta. Así que el señor de Viterbo, Alberto de Montebono, tomó medidas drásticas: encerró a los cardenales cum clave (“con llave”), les racionó agua y comida e incluso llegó a retirarles el techo de la estancia, dejándolos a la intemperie. Todo con el ánimo de doblegar su voluntad y acelerar el proceso. Aun así, hasta 1271 no fue elegido Teobaldo Visconti, archidiácono de Lieja y ni siquiera sacerdote por entonces. Al papa Gregorio X, pues tal nombre tomó, le sucederían los breves Inocencio V, designado ya enfermo, y Adriano V, que solo duró un mes. Al morir este prematuramente llegó el turno de Pedro Hispano.
Hombre muy respetado por su sabiduría y objeto de recelo entre la curia, el primer y único papa portugués adoptó el nombre de Juan XXI. Extraña determinación, pues no hubo ningún Juan XX que lo antecediera. El cardenal luso estaba distanciado de las grandes facciones eclesiásticas, distraído en sus cuitas y en sus conocimientos. A la postre, su égida pastoral resultó efímera. Pocos meses después de su coronación, las dependencias aledañas que había ordenado construir para su solaz junto al palacio papal de Viterbo se derrumbaron con el pontífice dentro. Sus adversarios políticos se apresuraron a invocar un castigo divino como causa, por el escaso aprecio que, según ellos, mostrara por los monjes y frailes. Mas pronto circuló del óbito otra versión más descarnada: Pedro Hispano, el papa nigromante, habría sido la víctima mortal y solitaria de un experimento fallido de artes mágicas diseñado por él.
- Referencias:
- La figura del papa Juan XXI es glosada en un artículo de la Enciclopedia Católica (https://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_Juan_XXI). Sobre el pensamiento filosófico de Pedro Hispano puede consultarse el artículo “Las tesis de los filósofos del siglo XIII que afirmaron la existencia del intelecto agente”, del Anuario de Estudios Medievales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) (estudiosmedievales.revistas.csic.es/index.php/estudiosmedievales/article/view/73).