La clasificación de los seres vivos
El rasgo más sobresaliente de la historia de la vida es la constante dominación de las bacterias
Stephen Jay Gould
No en pocas ocasiones el ser humano se ha definido a sí mismo como el único ser vivo capaz de preguntarse acerca de su origen y su destino. A partir de unas agudas dotes de observación e introspección ha desarrollado un bien muy valioso para su supervivencia: el pensamiento científico y, con él, una serie de admirables adelantos tecnológicos. Pero su misma posición de espectador de privilegio le ha llevado a establecer conclusiones sesgadas sobre muchos de los asuntos que le atañen.
Una de las más llamativas perversiones de la mirada científica se ha dado en la clasificación de los organismos vivos. En una visión autocomplaciente de resonancias bíblicas, hasta hace bien pocas décadas los biólogos dieron en clasificar los seres vivos en dos únicos grupos: plantas y animales. Los no bien conocidos microorganismos se repartían entre ambos, aunque hubiera que forzar sus características para encontrar fantasmales similitudes, y entes problemáticos como los hongos se consideraban vegetales sin mayor reflexión. Por supuesto, este esquema tenía carácter piramidal, con los seres “inferiores” en la base y, ascendiendo en grado de complejidad, el hombre en el vértice, cumbre perfecta de la obra de la naturaleza.
Frente a esta tozudez antropocéntrica en el estudio de la vida, las evidencias de la investigación han obligado poco a poco a cambiar de perspectiva. Hasta el último cuarto del siglo XX, las clasificaciones al uso se habían inspirado en criterios morfológicos y utilitaristas: una seta “parece” una planta, porque se fija a la tierra y no se mueve. Las algas verdes “son” vegetales por su aspecto y su color. El ser humano es superior en la escala natural porque ha llegado a dominar a las demás especies a su antojo y albedrío.
Un esquema tan simplificador se ha agrietado ante los avances de la biología molecular. Sobre esta base, en diciembre de 2005 un grupo de biólogos propuso un nuevo modelo de árbol de la vida, tan pragmático como revolucionario. En él se distinguen los tres dominios de organismos propuestos en 1977 por Carl Woese: arqueobacterias, eubacterias y eucariotas. Este último, el más diverso, incluye seis subgrupos diferenciados: Amoebozoa, (amebas y mohos de los limos), Excavata (euglenas), Rhizaria (foraminíferos y otras algas unicelulares), Archaeplastida (plantas, musgos, helechos, algas rojas y verdes), Chromalveolata (algas pardas, diatomeas y dinoflagelados) y Opisthokonta, que comprende a los animales, pero también a un grupo de organismos unicelulares y a todos los hongos.
Es decir, las setas tienen mucho más que ver con los animales que con las plantas. Lo sorprendente es que hayan llegado a considerarse parientes cercanos de estas: los hongos no hacen la fotosíntesis, construyen sus células con quitina (base del esqueleto externo de los insectos) y tienen entre sus ancestros células provistas de un cilio posterior sin bárbulas, como los espermatozoides. Por lo demás, los animales, el hombre entre ellos, quedan marginados a un lugar secundario del árbol cuyas ramas más frondosas corresponden a las miriadas de microorganismos existentes. Son estos los que pueblan todo el hábitat terrestre y, sin duda, los mejor dotados para resistir las sucesivas oleadas de las extinciones de especies.
- Referencias:
- El sistema de los tres dominios de organismos propuesto por Carl Woese y sus colaboradores puede consultarse en el artículo “Towards a natural system of organisms: Proposal for the domains Archaea, Bacteria and Eucarya” (http://www.pnas.org/content/87/12/4576.full.pdf). Clemente Álvarez se hizo eco de estas conclusiones en “Los biólogos revisan los últimos hallazgos para redibujar el árbol de la vida” (http://elpais.com/diario/2006/02/08/futuro/1139353204_850215.html). El artículo original al que hace referencia, titulado “The New Higher Level Classification of Eukaryotes with Emphasis on the Taxonomy of Protists” puede consultarse en http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1550-7408.2005.00053.x/epdf.