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El hombre cobaya


Y una burbuja de aire quedó sin absorber
Henry Cavendish

Acaso haya sido el inglés Henry Cavendish el investigador que con más obsesivo refinamiento utilizó su cuerpo como objeto científico. Las reseñas enciclopédicas definen a este personaje del siglo XVIII como uno de los más relevantes científicos de la historia. Descubrió la composición del aire y del agua, explicó la naturaleza y las propiedades del hidrógeno y determinó el calor específico de numerosas sustancias. Midió con precisión la masa y la densidad de la Tierra, estudió las mareas y el movimiento rotatorio terrestre y buceó con acierto en los secretos de la incipiente ciencia de la electricidad, adelantándose a muchas de las investigaciones que harían célebres a sus continuadores. Su nombre ya ilustre se usó en 1871 para bautizar al prestigioso Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, vivero tradicional de premios Nobel durante todo el siglo XX.

Lo que no recogen tan en detalle los artículos de las enciclopedias es la compleja personalidad de este hombre de ciencia. Nieto del segundo duque de Devonshire, Cavendish desarrolló una intensa fobia social que le hacía rehuir el trato de amigos y de desconocidos. Apenas tuvo relaciones personales fuera del ámbito familiar, y según se cuenta hizo construir en su casa una escalera trasera para poder huir cuando entraba en la estancia su ama de llaves, pues tal era el terror que le infundía. Alto y desgarbado, vestido a la antigua usanza, se dice que cada día dejaba una nota escrita en la mesa del vestíbulo instruyendo sobre la cena a sus sirvientas, que tenían prohibido verlo bajo amenaza de despido. Tartamudeaba ligeramente al hablar y ni siquiera sus deudos gozaban a menudo del privilegio de su presencia: Lord George Cavendish, que hizo de él su principal heredero, apenas departía con él unos minutos al año. Evidentemente, Henry nunca se casó.

Aunque aceptado en sociedad por su talento científico indiscutible, desdeñó fama y honores y se negó a publicar muchos de sus logros. Esta conducta secretista y antisocial impidió que le fueran reconocidos algunos de sus méritos. Cuando, décadas después de su muerte, James Clerk Maxwell tuvo acceso a los papeles personales de Cavendish, descubrió que este había anticipado sin darlos a conocer numerosos hallazgos que fueron más tarde atribuidos a otros: la ley de Ohm de los circuitos eléctricos, la ley de Dalton de las presiones parciales, la ley de las proporciones recíprocas de Richter, los principios de la conductividad eléctrica...

Acaso una de las más sufrientes pruebas empíricas que acometió Cavendish en su vida de extravagancias fue la medida de la intensidad de la corriente eléctrica a través de los estímulos fisiológicos que él mismo se aplicaba. Para ello se sometió metódicamente a descargas crecientes de electricidad, mientras iba anotando el grado de dolor que percibía en cada prueba. Los experimentos se interrumpían ocasionalmente cuando el exceso de sufrimiento le impedía sostener la pluma, pero ni así desistía: su terquedad por explorar la escala de la resistencia humana le llevaba a veces a perder incluso el sentido, sacudido por la fuerza del latigazo eléctrico. No cabe duda de que la buena salud física de Cavendish le ayudó a superar estos trances. Murió a los 78 años de edad, en 1810, muy probablemente víctima de la primera enfermedad “externa” que sufrió en su enigmática existencia.

Referencias:
En su página web Los lagartos terribles, el profesor Felipe Moreno ha recogido una amplia biografía en “La vida del honorable Henry Cavendish” (http://www.escritoscientificos.es/trab1a20/cavendis.htm#arriba). El programa de radio A hombros de gigantes ha glosado la figura de Henry Cavendish y se han recordado sus logros científicos, como la determinación de la constante de gravitación universal (http://www.rtve.es/noticias/20101029/henry-cavendish-constante-gravitacion-universal/365926.shtml). La Royal Society ha publicado en inglés, en su revista Notes and records, “Henry Cavendish: the catalyst for the chemical revolution” de Frederick Seitz (http://rsnr.royalsocietypublishing.org/content/roynotesrec/59/2/175.full.pdf).

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