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De gastritis y cóleras


Decir que las úlceras las provocan los gérmenes es como afirmar que la Tierra es plana
Barry Marshall

“Por su descubrimiento de la bacteria Helicobacter pylori y de su papel en la gastritis y la úlcera péptica”. Así rezaba la glosa del comunicado oficial que otorgó el Premio Nobel de medicina de 2005 a Barry Marshall y Robin Warren, dos científicos australianos que en la década de 1980 osaron desafiar a la comunidad médica al proponer una nueva teoría sobre el origen de ciertas úlceras gástricas. Hasta entonces se había creído que estas dolencias estaban provocadas “incontestablemente” por un exceso de acidez en los jugos gástricos, estrés, defectos del aparato digestivo y otros factores condicionantes. El tratamiento era quirúrgico. Así que la hipótesis de Marshall y Warren de atribuir la causa a una bacteria fue ridiculizada en los círculos científicos, pues tan claro parecía que ninguna bacteria podría vivir en un medio de tanta acidez como el estómago. Hoy las doctas conclusiones de aquellos maestros de la negación se contemplan con irónico distanciamiento.

Por sus méritos y por su valentía, Warren y Marshall recibieron el Nobel cien años después de que lo hubiera logrado otro ilustre investigador, el alemán Robert Koch, tras descubrir el bacilo de la tuberculosis. Además de este hallazgo, que salvó tantas vidas, Koch había acertado a identificar los microbios del cólera y el carbunco (ántrax) y desarrolló un método para propagar colonias bacterianas individuales de gran pureza que tuvo notable influencia en las investigaciones posteriores de la genética. La naturaleza de este procedimiento, que ha llevado a algunos a calificar a su autor de “abuelo de la clonación”, fue aprendida y aplicada con éxito por un discípulo de este, Julius Richard Petri, inventor de las placas de cultivo en laboratorio que llevan su nombre.

El espejo deformante de la historia ha situado, con un siglo de distancia, a Koch frente a los dos científicos australianos. No solo los métodos y postulados del primero sirvieron de inspiración para los trabajos sobre la Helicobacter pylori. Falto aún del reconocimiento internacional, Barry Marshall no tuvo mejor idea para procurárselo que elegirse a sí mismo como conejillo de Indias: tomando una placa de Petri con el cultivo infectado, se lo bebió sin más. De inmediato desarrolló una gastritis aguda, que curó con antibióticos en apenas dos semanas. Aquel sacrificio, que llamó la atención de algunos colegas hacia la validez del experimento, había tenido un curioso precedente en 1892. Durante una epidemia de cólera en Hamburgo, un científico rival de Koch, Max von Pettenkofer, intentó refutar la afirmación del primero sobre el agente causante de la enfermedad ingiriendo un cultivo de Vibrio cholerae de un enfermo recién fallecido. Los resultados no fueron entonces tan alentadores: Pettenkofer solo sufrió una ligera diarrea, pero su abnegado colaborador Rudolf Emmerich, que lo acompañó en el experimento, estuvo yendo al baño cada hora durante dos días.

Referencias:
El diario El País publicó una interesante entrevista con Barry Marshall, firmada por Ana Alfageme, tras la concesión del Premio Nobel por su descubrimiento (http://elpais.com/diario/2005/10/19/sociedad/1129672806_850215.html). También pueden consultarse las reseñas biográficas de Barry Marshall y Robin Warren en la http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/laureates/2005/marshall-bio.html. En Materia, Miguel Ángel Criado traza en “El secreto de las pandemias de cólera estaba en un intestino humano de hace dos siglos” (http://esmateria.com/2014/01/11/el-secreto-de-las-pandemias-de-colera-estaba-en-un-intestino-humano-de-hace-dos-siglos/) un recorrido de la historia del cólera y de los estudios actuales sobre el genoma de Vibrio cholerae. En inglés se aconseja “Helicobacter pylori and the bacterial theory of ulcers”, de Debra Ann Meuler (http://sciencecases.lib.buffalo.edu/cs/files/peptic_ulcer.pdf). Al parecer, esta bacteria afectaba ya a los hombres de hace 3.500 años, según se deduce de los estudios realizados en los restos de Ötzi, hallado en un glaciar alpino en 1991 (véase en El País, de Daniel Mediavilla, “Otzi, el hombre de los hielos, tenía problemas de estómago”, https://elpais.com/elpais/2016/01/05/ciencia/1452010765_203881.html).

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