El gran monstruo prehistórico americano
Los hombres nacen ignorantes, pero no estúpidos; se vuelven estúpidos por la educación
Bertrand Russell
No sería exagerado decir que en la primera mitad del siglo XIX la geología y la paleontología se erigieron en efímeras reinas de las ciencias. Desde la perspectiva actual resulta difícil comprender el ansia por recopilar piedras y huesos antiguos que infectó, como una virulenta enfermedad, a muchos de nuestros tatarabuelos. Hoy estas disciplinas no se cuentan precisamente entre las más solicitadas entre los estudiantes universitarios, pero hace dos siglos despertaron pasiones conforme la sociedad occidental comenzaba a desembarazarse de algunos de los prejuicios religiosos que habían condicionado hasta entonces su modo de contemplar el mundo.
Por fin, en aquel siglo nacido de la revolución francesa, se había hecho evidente que la Tierra era mucho más antigua de lo que cabía interpretar según las lecturas bíblicas. O que el primigenio jardín del edén hubo de estar habitado, para ser completo, por animales incógnitos y ya desaparecidos, desde los omnipresentes trilobites de los estratos fósiles a los descomunales dinosaurios. En este contexto, un puñado de aristócratas y miembros de la burguesía reaccionaron con apasionamiento ante la posibilidad de ahondar en el pasado de una Tierra sin hombres poblada por extraños y fantásticos seres. La temeridad, el arrebato y la insania encontraron su hueco en aquella época fértil en hallazgos deslumbrantes, pero también en desmanes surgidos del afán de notoriedad y del apresuramiento por lograr la primicia científica.
Uno de los dislates más sonados correspondió a principios del siglo XIX al “descubrimiento” de un animal fósil que dio en llamarse el “gran incognitum americano”. Este supuesto mastodonte sirvió para dar sentido a los grandes huesos que abundaban tendidos por doquier en la rica cuenca del río Hudson, hasta poco antes interpretados como restos de gigantes humanos barridos por el diluvio bíblico. Los avances de la ciencia llevaron a los naturalistas a corregir tan disparatada suposición, asignando correctamente los fósiles a vestigios de animales extintos. Mas algunos se excedieron en su celo e inventaron un auténtico monstruo prehistórico digno del filme Hace un millón de años que siglo y medio más tarde lanzaría a la actriz Raquel Welch al estrellato.
Las más osadas descripciones asignaron al quimérico mastodonte un tamaño séxtuplo del real, encajaron en su esqueleto terribles garras que, en realidad, pertenecían a un fósil de perezoso gigante, le asignaron colmillos y cuernos que no le correspondían y fabularon incluso acerca de su agilidad felina y su aguda inteligencia de cruel depredador. Poco a poco, el tiempo fue desmontando aquel alegre rompecabezas para ensamblar sus variopintos fragmentos en cuerpos fósiles de dimensiones más sensatas.
Lo curioso es que aquella megalomanía tuvo una inspiración política. Después de que el conde de Buffon, célebre biólogo francés, hubiera dudado imprudentemente del vigor de la naturaleza americana, los colonos recién independizados sintieron herido su honor en lo más hondo. Tanto es así que el estruendo desmedido del “incognitum”, que el propio presidente estadounidense Thomas Jefferson contribuyó a estimular, demostró a la larga haber obedecido más a las urgencias de la reafirmación patriótica que a un verdadero espíritu de avance investigador.
- Referencias:
- Los avatares del “gran incognitum americano” han sido relatados con humor por Bill Bryson en su libro Una breve historia de casi todo (http://www.billbryson.co.uk/index.php/a-short-history-of-nearly-everything/). La personalidad y brillantez del autor han quedado recogidas en numerosas entrevistas y adaptaciones (puede verse la entrevista de Guillermo Altares al autor publicada en El País, http://elpais.com/elpais/2014/12/17/eps/1418833244_742595.html). La Geological Society ha dedicado al asunto un artículo ilustrado, “The great American incognitum” (https://www.geolsoc.org.uk/Geoscientist/Archive/May-2010/The-great-American-incognitum).