¿Saturno tiene orejas?
Mide lo que sea medible y haz medible lo que no lo sea
Galileo Galilei
Numerosos son los historiadores que han dado en llamar a Galileo el “padre de la ciencia moderna”. Con todo lo que esta ampulosa etiqueta significa, ha de reconocerse en los trabajos de este genial pisano, que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, un modo de aproximarse a la naturaleza que subvirtió los órdenes del pensamiento científico: desde su magisterio, la experimentación pasaría a un primer plano como medida de la veracidad de los postulados de la ciencia mientras que la especulación filosófica, en modo alguno desdeñable, habría de filtrarse en lo sucesivo por el tamiz del contraste empírico con los hechos observables.
Pero ha de recordarse también que la figura de Galileo no surgió aisladamente, por generación espontánea. Al fértil impulso del Renacimiento, que recuperó con visión humanista renovada los saberes grecolatinos antiguos, le acompañó un prodigioso avance de las técnicas en múltiples campos. Así el sabio italiano, que conocía la revolucionaria hipótesis de Copérnico acerca del movimiento de los cuerpos planetarios, se benefició extraordinariamente de uno de estos avances de la tecnología: los instrumentos ópticos. Como señala en sus escritos, en los primeros años del siglo XVII “tomó prestado” uno de estos instrumentos, el anteojo fabricado por “un cierto belga”, para escudriñar los cielos. Los resultados fueron espectaculares.
Con un telescopio que él mismo perfeccionó, ciertamente aún bastante rudimentario, Galileo gozó de unos años desbordantes de revelaciones astronómicas: atisbó las manchas solares y las montañas de la Luna, encontró cuatro “estrellas errantes” girando alrededor de Júpiter (hoy llamadas lunas galileanas, los satélites Io, Europa, Ganimedes y Calisto) e identificó las fases de Venus (semejantes a las de nuestra Luna) cuya existencia reforzaba el modelo heliocéntrico de Copérnico, pues demostraba que Venus se encuentra entre la Tierra y el Sol y que gira en torno a la estrella.
Otro de los grandes hallazgos astronómicos de Galileo se refería a unas extrañas protuberancias que advirtió a ambos lados de Saturno, el último de los planetas entonces conocidos. Un tanto desconcertado, el pisano llegó a escribir en una de sus cartas: “La estrella Saturno no es una sola, sino un agregado de tres que casi se tocan y que nunca se mueven o mudan entre sí, están dispuestas en fila, siendo la del medio tres veces mayor que las otras dos laterales”. La calidad deficiente de la borrosa imagen de Saturno en que Galileo basaba sus especulaciones no ayudó a sustentar una conclusión sólida. Tal “estrella tricorpórea”, como la describió, le reservaba una sorpresa: dos meses después de su primer avistamiento, los dos acompañantes “desaparecieron”. Sumido en la perplejidad, propuso que Saturno podría tener dos grandes “asas” u “orejas” circundándolo. Nunca llegó a saber que aquellas orejas resultaron ser, como mediado el siglo XVII constató Christiaan Huygens con un mejor instrumental, la espejeante imagen de un sistema de anillos admirado por siempre como uno de los más bellos espectáculos del universo próximo.
- Referencias:
- El escritor mexicano Sergio de Régules ha publicado un libro sobre historias de la ciencia titulado Las orejas de Saturno. Sobre este y otros contenidos recomendamos el blog del autor (http://imagenenlaciencia.blogspot.com.es/). Un artículo interesante sobre la época de los primeros telescopios es “Galileo in early modern Denmark, 1600-1650”, de Helge Kragh y publicado en el repositorio científico arxiv (http://arxiv.org/ftp/arxiv/papers/1407/1407.7380.pdf). En el capítulo “Nuestro lugar en el universo” del programa Redes, Eduardo Punset entrevista al astrofísico Luis Felipe Rodríguez, de la Universidad Autónoma de México, sobre los grandes hitos de la historia de la astronomía y la cosmología (http://rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-nuestro-lugar-universo/660322/).