Dios, la geometría y el azar
Dios hizo los números naturales. Los demás son cosa del hombre
Leopold Kronecker
Sabido es que los grandes científicos occidentales de los primeros tiempos de la edad moderna eran personas creyentes y a menudo profundamente religiosas. Johannes Kepler, quien descifró los enigmas del baile de los planetas del Sistema Solar, estaba imbuido de un ferviente espíritu cristiano que emana de sus escritos e incluso diríase que de sus fórmulas. Kepler, como su antecesor Nicolás Copérnico y otros muchos sabios coetáneos, creía en un Dios geómetra que había dotado a la naturaleza de hermosas leyes plácidamente acordes con los cálculos de la matemática.
Más adelante, el genial Isaac Newton asombró al mundo con un tratado que resumía los movimientos de los cuerpos en tres leyes físicas de sencilla expresión matemática. Sin embargo Newton, incapaz de comprender ciertas irregularidades que observaba en los movimientos planetarios y que no lograba explicar mediante su teoría, aventuró que el universo seguía siendo posible, aun con un funcionamiento “anómalo”, merced a la benefactora intervención divina.
Ese Dios matemático y geómetra mudó de estampa en los tiempos de la Ilustración y la revolución industrial. Las realizaciones más valoradas de la mente humana pasaron a ser entonces las máquinas termodinámicas que sustentaban un progreso tecnológico asombroso. Los nuevos físicos dieron en creer en una suerte de Dios de la mecánica, y el mundo y el universo comenzaron a verse como sistemas perfectamente acoplados de móviles y engranajes.
Pagados de sí mismos, los hombres de aquel tiempo divinizaron la razón. Su reino, el estado post-revolucionario francés, vio nacer y prosperar una floreciente escuela de matemáticos y científicos para la que el concepto mismo de Dios empezaba a entenderse como poco necesario e incluso como un estorbo para la suprema ambición de la racionalidad humana. Muy conocida es la respuesta que Pierre-Simon de Laplace pronunció ante Napoleón Bonaparte cuando acudió a presentarle su Tratado de mecánica celeste. El emperador se sorprendió de que en ninguna de las páginas de aquel tratado se mencionara a Dios como creador del universo. “Sire, nunca he necesitado esa hipótesis”, replicó Laplace. “Esa hipótesis que necesitó Newton”, podría haber añadido, ya que su intención era probablemente ponderar las ventajas con respecto al pasado de su nueva formulación de la mecánica celeste.
Tal petulancia parece hoy barrida por la historia. Los reveses para el absolutismo científico que aguardaban emboscados en la mecánica cuántica y en los avances de la matemática en el siglo XX dieron al traste con el ideal de un universo como perfecto engranaje cuyo diseño el hombre podría ser capaz algún día de descubrir. Nadie cree hoy en un Dios geómetra, ni tampoco en un universo perfectamente explicable por las elucubraciones de la mecánica o la termodinámica. Al contrario, para la mentalidad del hombre contemporáneo cobra renovada actualidad una antigua e inquietante máxima del filósofo griego Demócrito de Abdera: “Cuanto existe en el universo es fruto del azar y de la necesidad”.
- Referencias:
- La figura de Laplace, “el genio francés”, fue analizada en los programas sobre divulgación científica de RTVE, como puede escucharse en sus archivos sonoros (http://www.rtve.es/noticias/20110722/laplace-genio-frances/449445.shtml). Puede encontrarse una reseña un poco más extensa de esta anécdota en “Dios vs Laplace”, de la página Historias de la ciencia (http://www.historiasdelaciencia.com/?p=291). Stephen Hawking ha publicado en su página personal un notable artículo sobre determinismo e incertidumbre que menciona la célebre cita de Laplace (“Does God play Dice?, http://www.hawking.org.uk/does-god-play-dice.html). Se aconseja también el episodio dedicado a “Las matemáticas en la Revolución Francesa” de los archivos de RTVE (http://www.rtve.es/alacarta/videos/universo-matematico/universo-matematico-20100929-1901/889948/).