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Un afeitado cósmico


¡Tres quarks para Muster Mark!
James Joyce, en Finnegans Wake

A veces a los científicos los embargan arrebatos poéticos. Murray Gell-Mann, físico teórico y eminente divulgador que recibió el Premio Nobel en 1969, buscaba un nombre para los componentes elementales de los protones y los neutrones presentes en los núcleos atómicos cuando se topó, en una de sus lecturas de la experimental Finnegans Wake, de James Joyce, con el nombre de quark. Aquel exabrupto lanzado por el irlandés transterrado recreando el graznido de las gaviotas en la playa cuyo único mérito era rimar con el nombre del personaje central de la novela, el deformado “siñor” Mark, pasó a designar uno de los conceptos esenciales de la teoría de partículas. No contentos con esta cita rayana en el absurdo, los émulos de Gell-Mann se exprimieron la imaginación para nombrar a los distintos tipos de familias de quarks. A los tres primeros descubiertos se los llamó arriba, abajo y extraño. Los tres restantes, complementados por los seis antiquarks correspondientes en la familia extensa, espolearon aún más las filias literarias de los investigadores: encanto, cima (o verdad) y fondo (o belleza) fueron sus atributos nominales, hay que decir que totalmente inventados, sacados absolutamente de la nada.

Un halo semejante de lirismo envuelve también a los astrónomos. Sumidos en un mar prosaico de datos, puntos, gráficos y tablas frente a las pantallas de sus ordenadores, se resisten a limitarse al vocabulario escabroso de la ciencia. No en vano, los planetas clásicos llevan nombres de dioses del Olimpo, y las constelaciones del zodiaco relatan una historia mítica de los orígenes humanos salpicada de héroes y animales hercúleos. En este espíritu de rebeldía intelectual, y abrumados por denominaciones tan desoladoras como, por ejemplo, 2020 AA29, los estudiosos de los cielos oscuros del Sistema Solar proponen opciones nominales más intrigantes para los cuerpos que investigan, tales como Keops, Hathor o Atira, en una clara remembranza del Egipto de los faraones. Estos nombres aluden a asteroides que orbitan no lejos de la Tierra y que podrían suponer un peligro para la humanidad en caso de colisión. Posibles heraldos de cataclismos cósmicos, como el que supuestamente puso fin a la existencia de los dinosaurios hace unos 65 millones de años, las decenas de miles de objetos NEO (próximos a la Tierra, en su acrónimo en inglés), amén de otros bólidos hostiles como cometas y meteoroides, se han clasificado en tres grupos de asteroides: Atón, Apolo y Amor. Como muestra de su poder destructivo, un nada amoroso meteorito de la clase Apolo explotó en febrero de 2013 sobre la ciudad rusa de Cheliábinsk y provocó heridas a un millar y medio de personas, mayoritariamente por los cristales caídos de las ventanas rotas por la deflagración.

Uno de los egipciacos asteroides de la clase Atón capta la atención preocupada de las agencias espaciales desde hace algunos años. Se trata de Apofis, representante en la antigua cultura del delta del Nilo de las fuerzas maléficas que dominaban las tinieblas e insuflaban el caos en la vida de los hombres. “El que es como una tripa intestinal”, tal como se lo menospreciaba en Tebas y en Menfis en los siglos remotos, da nombre al que primeramente fuera conocido como asteroide 2004 MN4. Este cuerpo astronómico, del tamaño de un crucero turístico, se empeña, con una probabilidad muy baja, en amenazar a nuestro planeta con una colisión. Considerado de nivel verde, no demasiado amedrentador, en la escala de Turín, Apofis podría multiplicar su peligrosidad si su paso por un “ojo de cerradura gravitacional”, región del espacio en que la gravedad de un planeta altera la órbita de un asteroide, lo situara en trayectoria de choque con la Tierra para la próxima década.

La Agencia Espacial Europea (ESA, en inglés) se ha sumado al esfuerzo previsor con un proyecto que ha de desarrollarse a toda prisa: el diseño y construcción de una nave que sería enviada al encuentro del enviado cósmico. Así, después de que la NASA redirigiera la Osiris-Rex en dirección a Apofis, el satélite europeo Ramses, un acrónimo casi humorístico de ecos faraónicos por sus forzadas siglas inglesas (Misión Rápida Apofis para la Seguridad Espacial) y en realidad “un cubo del tamaño de un automóvil pequeño con un par de paneles solares”, quiere convertirse en sombra del asteroide. El ingenio espacial se sincronizará con su órbita, le lanzará dos microsatélites para escudriñarlo de cerca y analizará sus propiedades conforme el astro se aproxime al vecindario terrestre, con el fin de estimar la posibilidad de que los efectos de marea del planeta lo introduzcan por el temido ojo de la cerradura. En la recámara se manejan soluciones drásticas en caso de ultimátum: ya en 2022, la sonda DART, como precuela de las misiones de defensa planetaria del futuro y plasmación en la vida real de las películas de catástrofes de Hollywood, logró desviar de su trayectoria al asteroide Dimorphos tras chocar contra él como una bomba teledirigida.

Referencias:
En la página oficial de la Agencia Espacial Europea puede consultarse “RAMSES, la misión de la ESA, que se acercará al asteroide Apophis” (www.esa.int/Space_in_Member_States/Spain/RAMSES_la_mision_de_la_ESA_que_se_acercara_al_asteroide_Apophis). Léase también el artículo publicado en ABC por Judith de Jorge “Asalto contrarreloj al asteroide Apofis, la mole que ‘rozará’ la Tierra” (www.abc.es/ciencia/contrarreloj-asaltar-asteroide-20240720180803-nt.html). El libro El quark y el jaguar, de Murray Gell-Mann, ha sido considerado uno de los mejores ejemplos de divulgación científica de las últimas décadas (www.planetadelibros.com/libro-el-quark-y-el-jaguar/89556). Sobre la escala de Turín que mide la probabilidad de colisión con objetos NEO puede consultarse Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Escala_de_Tur%C3%ADn).

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