Mesmerismo y otras ciencias confusas
Aquí tenéis el famoso imán, piedra mesmérica, traída de Alemania
Wolfgang Amadeus Mozart, en Così fan tutte
Bastián y Bastiana es un cuento infantil convertido en ópera por un genio precoz. Cuando la compuso con solo doce años, Mozart llevaba media vida recorriendo las cortes europeas, junto a su padre y su hermana Nannerl, para mostrar sus dotes, su “milagroso talento”. Este joven tocado por las musas tuvo una existencia breve, pues murió con 35 años por una desconocida enfermedad. El legado de su arte ha sido inmenso, y las loas a su figura, interminables desde su trágica desaparición. El Réquiem que dejó inconcluso se considera una de las mayores obras de la historia de la música. Su prematuro deceso y el halo de misterio que envuelve a esta su obra final alimentaron una leyenda que bebía de su bien documentada afiliación a la francmasonería. Pues fue admitido en la logia masónica de Viena siete años antes de su muerte y en su producción tardía resuenan los “símbolos oscuros” con que se acompañaban las ceremonias rituales de su hermandad. Aunque más próximo a los racionalistas Illuminati de Baviera que a los masones más dados a lo místico y lo ocultista de otros lares, el espíritu rebelde de Mozart había entrado muy pronto en contacto con mecenas y benefactores que buscaban alternativas humanistas al rígido envaramiento de los monarcas y de su sociedad de aristócratas.
No hubo de ser casual que, en el magma de ideas surgido de la Ilustración, el Bastián y Bastiana del Mozart adolescente fuera un encargo del por entonces reputado Franz Anton Mesmer, en cuyo jardín privado se estrenó la ópera. Médico de formación con una tesis titulada Del influjo de los planetas en el cuerpo humano, Mesmer se desposó con una viuda rica y pudo dedicarse no solo al patrocinio de las artes (él tocaba la armónica de cristal), sino también al estudio esotérico de las enfermedades. Impulsor de una astrología médica que las asociaba con el movimiento de la Luna y demás cuerpos del Sistema Solar, en la estela del alquimista Paracelso, fundó además una doctrina médica basada en la hipótesis del “magnetismo animal” y en el uso de imanes para curar a los enfermos.
El germen de su idea se hundía en los arcanos de la magia: de igual forma que los astros determinan el devenir humano, decían los astrólogos, e instilan en los seres terrestres sus efluvios magnéticos, los imanes y su poder de atracción debían influir en trastornos del ánimo como la histeria, la melancolía o la epilepsia. Según Mesmer, todos los animales poseemos un magnetismo interior llegado del orbe celestial que puede ser modificado con campos magnéticos externos. Así lo practicó en sesión pública con una paciente propensa a sufrir desmayos, vómitos y signos de delirio. Le aplicó en los pies dos imanes en herradura y otro más en el pecho. La joven recobró la salud y, con el tiempo, contrajo matrimonio con un hijastro del médico curador. Aquel éxito marcó el inicio de una carrera profesional contradictoria.
Desde el siglo XVIII heredero de los ideales románticos y el mundo de lo onírico abundaban en Europa las sesiones de magia natural. Un público distinguido asistía no solo a lecciones de anatomía y otras suertes más o menos científicas, sino también a fantasmagorías ópticas, demostraciones con electricidad que mentes tan sólidas como la de Michael Faraday gustaban de practicar, sesiones masónicas como las de Cagliostro, los espectáculos del mago Philidor y su legión de espectros, de monstruos y fantasmas en un mundo de linternas y sombras sobre los escenarios. Las mentes cultivadas se esforzaban en discernir entre los adalides de las nuevas ciencias, como lo fuera Faraday, y la caterva de charlatanes, mercachifles y embaucadores que medraban en las reuniones sociales. Mesmer y sus curas para los desórdenes nerviosos navegaban por corrientes inciertas en estas turbulentas aguas.
Al cabo, los filósofos naturales, impulsores del método científico que daba sus primeros pasos, terminaron por desconfiar de los tratamientos mesméricos. El médico vienés, henchido de egotismo, no solo ya aplicaba imanes en lugares elegidos del cuerpo del enfermo (hoy, la magnetoterapia es admitida como tratamiento canónico para restituir el equilibrio celular), sino que magnetizaba el agua de bañeras en las que sus pacientes sumergían sus miembros doloridos o llegaba a aplicar el magnetismo animal que emanaba de su propio yo, sus manos, la mirada o incluso el pensamiento, para desanudar los síntomas histéricos. La histeria en sí, el éxtasis inducido y los gestos ampulosos y solemnes con que se interpretaban las curaciones no eran indicio de la más mínima objetividad.
Tras una historia truculenta en la que jugó con la ceguera y el talento artístico de una famosa pianista emparentada con miembros de la corte de la emperatriz María Teresa, Mesmer fue acusado de fraude y dejó de ser bien recibido en los círculos de Viena. Trasladado a París, abrió consulta en la ciudad de la luz e instaba a los asistentes a entrelazar las manos en torno a un baño de aguas imantadas, un artilugio en forma de barril con cadenas y una rueda que bautizó como baquet, a la vez que los deleitaba con una parafernalia de músicas sanadoras y tenuidad de focos luminosos. Halagado por algunos altos representantes de la política y la intelectualidad francesas, fundó la Sociedad de la Armonía Universal, cuyo fin era restablecer los vínculos quebrados entre los hombres a través de la fuerza del fluido magnético.
Aquellos excesos y el anhelo de ser reconocido como un prohombre de la medicina llamaron la atención de las nacientes sociedades científicas. Por orden de Luis XVI, molesto por las inclinaciones mesméricas de su esposa María Antonieta, se abrió una investigación para decidir si el magnetismo animal que propugnaba era cierto o simple superchería. Se formó un comité de sabios para abordar la cuestión integrado, entre otros, por Antoine-Laurent de Lavoisier, fundador de la química moderna, el celebérrimo y por entonces ministro plenipotenciario Benjamin Franklin y el médico Joseph-Ignace Guillotin. Los expertos concluyeron que nada físico podía concluirse y que los beneficios de la terapia de Mesmer residían en la imaginación y la autosugestión de los pacientes. El dictamen supuso un duro golpe para la fama del vienés, quien vivió en relativo olvido el resto de sus días, no obstante algunos esfuerzos por reivindicarlo. Pese a su heterodoxia, hoy se le considera un precursor de la hipnosis. No mucho después de su defenestración pública, en una pirueta del destino nada deudora de la razón y la ecuanimidad que antes se pregonaran, los nombres de Lavoisier y Guillotin volvieron a encontrarse cuando el primero fue decapitado en plaza pública en plena Revolución Francesa con la cuchilla inventada por el segundo para acortar el sufrimiento en el patíbulo.
- Referencias:
- La personalidad de Franz Mesmer ha sido recogida, por ejemplo, en un trabajo de Alberto Enrique d’Ottavio en la revista Medicina y cine. (https://revistas.usal.es/cinco/index.php/medicina_y_cine/article/view/13738/14111). Sobre el mesmerismo y su historia puede leerse también el artículo de BBC News publicado en www.bbc.com/mundo/noticias-38573543. La relación de Mozart con la masonería y otras aficiones ocultas fue analizada pormenorizadamente en el ciclo de conferencias “Mozart y la masonería”, impartido en la Fundación Juan March (www.march.es/es/madrid/mozart-masoneria). En la página de RTVE “Mesmer, el padre de la hipnosis moderna” (www.rtve.es/noticias/20110121/mesmer-padre-hipnosis-moderna/396028.shtml) se revisa la figura de este controvertido científico y sus dotes visionarias.