Las puertas del infierno
Cuando ganas te mereces champán; cuando pierdes, lo necesitas
Atribuido a Napoleón Bonaparte
“Los orígenes evolutivos del consumo de alcohol rara vez se han considerado en los estudios de la adicción al etanol”. Así comienza el resumen de un artículo firmado en 2000 por Robert Dudley en la revista The Quarterly Review of Biology que, desde esa fecha, ha suscitado un interesante debate. “La aparición de etanol en la fruta madura y en descomposición y la heredabilidad sustancial del alcoholismo en los humanos apuntan a una importante asociación histórica entre la frugivoría en los primates y el consumo de alcohol”, prosigue el autor en un estilo rebuscado. La “hipótesis del mono borracho”, como ha sido llamada popularmente esta idea, propone caminos tortuosos, y verosímiles, que llevan desde la ventaja evolutiva de poder digerir las frutas fermentadas a la tendencia actual al alcoholismo y la epidemia de enfermedades relacionadas con el azúcar, como la diabetes y la obesidad.
La hipótesis de Dudley se centra en la fermentación natural. Impulsan este proceso las levaduras que, con su acción metabólica sobre las moléculas de azúcar, producen un alcohol tóxico y letal para sus competidoras, las bacterias, y las alejan del festín, por ejemplo, de una fruta madura. Los vapores del etanol emanado viajan por el aire, delatan ante los animales frugívoros la presencia de frutas en sazón y los incitan a colaborar, involuntariamente, en la diseminación de las semillas. Un círculo virtuoso que perpetúa la vida, tanto más porque la mezcla de azúcares y alcohol refuerza el poder calórico del alimento. ¿Qué monos, con su olfato adiestrado luchando por la supervivencia en la espesura de las selvas primigenias, se resistirían a semejante invitación?
Es interesante observar que los grandes primates están mejor adaptados a la ingesta de alcohol que sus parientes de menor tamaño. Sabida es la querencia de humanos y chimpancés por las bebidas fermentadas con etanol. El secreto de tal adaptación reside en una versión evolucionada de la enzima alcohol deshidrogenasa ADH4, surgida de una mutación hace diez millones de años en los antepasados de humanos, gorilas y chimpancés, después de que se desgajara del tronco común el linaje de los orangutanes. El cambio climático posterior redujo la extensión de los bosques de África y amplió los pastizales, con lo que los individuos capaces de metabolizar mediante la enzima ADH4 el alcohol de moléculas pequeñas, como el etanol, fermentado en las frutas caídas y dispersas por el suelo adquirieron una ventaja evolutiva. En su tránsito a la bipedestación, el ser humano y otros grandes simios disfrutaron de los nutrientes de las frutas maduras y conocieron el gozo de su efecto embriagador. Con el paso del tiempo, la humanidad aprendió a reproducir el proceso natural de la fermentación en vinos, cervezas y otras bebidas que, a sus efectos hedónicos, añadían unas muy apreciadas propiedades medicinales.
Sea como fuere, esa predilección por frutas maduradas, apetitosas, relajantes del ánimo y sublimadoras del placer hubo de dejar una impronta en la psique de nuestros ancestros remotos que heredamos, acaso, en nuestra querencia por los postres y los licores de la sobremesa. Las técnicas aplicadas desde tiempos prehistóricos multiplican por mucho la graduación de las fermentaciones naturales, y no corren ya tiempos de escasez de nutrientes en la dieta. De ahí que el consumo de alcohol y de azúcares añadidos sea fuente a menudo de malos hábitos e incluso enfermedades. La explicación biológica aclara los orígenes, pero no nos consuela cuando aparecen problemas de salud.
Aunque controvertidos, la solidez de los argumentos planteados por Dudley y sus seguidores es tal que algunos científicos llegan a sostener que el albor primero de la agricultura tal vez no respondió a la necesidad de producir granos para moler el trigo, sino de hacer acopio de otro cereal no menos valorado: la cebada. Una corriente actual de la antropología llega a señalar que “la cerveza tiene los mismos nutrientes que el pan”, y una ventaja: su poder mágico y medicinal sobre el cuerpo y la mente. Si los defensores de la hipótesis del mono borracho estuvieran en lo cierto, ¿sería acaso el alcohol la fuerza que domesticó al hombre?
- Referencias:
- El resumen del artículo de Robert Dudley acerca de los orígenes evolutivos del alcoholismo en humanos puede consultarse en www.journals.uchicago.edu/doi/abs/10.1086/393255. En su labor divulgadora, Dudley ha expuesto la teoría del mono borracho en “How the Drunken Monkey Hypothesis Explain Our Taste for Liquor”, en la revista The Atlantic (www.theatlantic.com/science/archive/2016/12/drunken-monkey/511046/). También tiene interés el artículo “El consumo de alcohol se inició hace 10 millones de años” publicado en la página web de BBC News Mundo en 2014 (www.bbc.com/mundo/noticias/2014/12/141202_consumo_alohol_ancestros_encima_lp). Gloria Dawson glosa esta idea en “Beer Domesticated Man”, en la revista Nautilus (https://nautil.us/beer-domesticated-man-234697/). La comunicadora científica Laura Camón resume la cuestión en un artículo publicado en la sección de Ciencia / Materia de El País (https://elpais.com/ciencia/2023-12-28/la-hipotesis-del-mono-borracho-o-por-que-nos-gustan-tanto-la-cerveza-y-el-vino.html).