Pensamiento peripatético
Todas las grandes ideas
se concibieron caminando
Friedrich Nietzsche
Kant era hombre de costumbres tan ordenadas que cuando aparecía por la calle, ataviado con su gabán gris y empuñando un bastoncillo español camino de la alameda de tilos cercana a su morada, los vecinos sabían que eran las tres y media. Ni el gran reloj de la catedral de Königsberg, la “Montaña del Rey” donde naciera, cumplía con tal puntualidad la misión de dar la hora como el sabio prusiano. En humorística descripción, el poeta romántico Heinrich Heine vio en él una cabeza pensante sin más actividad que su raciocinio cuya existencia consistía en “levantarse, tomar café, escribir, impartir clases, comer…”. El joven escritor, en absoluto dotado del don de la humildad, parodiaba la figura del filósofo con algunos aderezos cáusticos que dibujaban la imagen un tanto falseada de misántropo anodino que luego ha persistido. En tono muy distinto, ponderando al autor de la Crítica de la razón pura, obra cumbre del pensamiento europeo y biblia de la modernidad, también dejó escrito que Kant había tomado “el cielo por asalto ajusticiando a toda la guarnición”.
Otra máxima tajante sobre el personaje fue pronunciada por Isaiah Berlin, uno de quienes mejor lo glosaron ya entrado el siglo XX: “Si Kant no hubiera destruido la teología, quizá Robespierre no habría decapitado al rey de Francia”. Lo cierto es que, con sol abrasador o bajo diluvios inclementes, Kant repetía con tal obcecación su monótono itinerario vespertino que, afirma la leyenda, nunca quebró su pulcritud de horario salvo aquel día en que la lectura del Emilio de Rousseau lo sumió en tal estado de embeleso que lo distrajo de sus tareas cotidianas. Precisamente el ideal rousseauniano había evocado en Las ensoñaciones del paseante solitario el atractivo de las andanzas sin rumbo. Porque tan solo el caminante empecinado restaura sus fuerzas mentales, se mantiene dispuesto para el quehacer intelectual. El paseo aclara la mente y libera el espíritu. Así lo sentía Kant en lo más hondo de su ser, aunque no fue el único filósofo, ni el primero en la historia, en alumbrar este descubrimiento. Muchas centurias antes lo cultivó Aristóteles, junto con sus discípulos, al frente de su escuela de los peripatéticos.
Este filósofo griego, que fuera mentor de Alejandro Magno allá por el siglo IV a.C., fundó en Atenas una escuela en un lugar conocido como el Liceo. Allí se reunían jóvenes brillantes atentos a las enseñanzas del maestro, no en una sala ni en un aula cerrada, sino caminando en torno al claustro, o peripatos, mientras mantenían encendidas discusiones acerca del cielo y de la tierra, de la naturaleza y sus causas, del saber y el ansia del ser humano por aprehenderlo todo. Los peripatéticos, literalmente “los dados a caminar”, dejaron una huella importante en muchos pensadores del futuro, ya fueran los árabes de la edad dorada del Islam o los cultivadores del tomismo o la escolástica en el Medievo, y legaron un hábito que muchos hombres brillantes cultivaron también, antes y después que ellos: el de mover las piernas para poner en marcha los mecanismos del pensar.
La idea de que sumirse en caminatas, tomar el aire y renovarse con distintos estímulos despeja el espíritu está muy arraigada en las sociedades modernas. Del romántico inglés William Wordsworth se llegó a decir, aventuradamente, que anduvo en su vida unas ochenta mil millas en cuyo transcurso se alumbraron varios cientos de poemas. Pero revelaciones de esta índole no surgen tan solo del deleite de surcar bosques y hollar senderos solitarios. Los flâneurs, los caminantes callejeros a los que tanto ensalzó Baudelaire, alimentaban igualmente, según dijo Balzac, la “gastronomía del ojo” en las ciudades. Esta práctica urbana induce en los deambuladores un estado alterado de conciencia que abre el alma a una nueva sensibilidad y orienta las reflexiones hacia pasajes narrativos incógnitos, incluso inesperados.
La ciencia ha investigado algunas claves que explican el fenómeno. Como causa cercana se ha señalado que el ejercicio aumenta el flujo de oxígeno a los músculos y el cerebro y potencia la lucidez mental. Pero no parece este el único efecto. La influencia de andar en la creatividad ha sido estudiada en años recientes por varios investigadores. Dos de ellos, Marily Oppezzo y Daniel Schwartz, de la Universidad de Stanford, obtuvieron unas llamativas conclusiones. Tras observar las capacidades de un grupo de voluntarios en laboratorio, sentados y pasivos o activos sobre una cinta de correr, y en el exterior, estos científicos determinaron estadísticamente que el simple hecho de “caminar abre el flujo libre de ideas, y es una solución sencilla y robusta de cara a aumentar la creatividad y fomentar la actividad física”. Apostillaron además que el ejercicio andariego fomenta los pensamientos nuevos y metafóricos, pero resulta contraproducente si lo que se pretende es concentrarse en algo muy específico, en cuyo caso los torrentes de ideas no son bien recibidos. Justamente así lo practicaba Kant en su pertinaz impulso cotidiano: encerrado en su casa en un trabajo metódico durante la mayor parte de su día, dejaba la mente divagar por plazas y caminos para aligerar la carga de sus digresiones y acoger el raudal de nuevos pensamientos.
- Referencias:
- Puede consultarse un extracto del artículo de Oppezzo y Schwartz en https://psycnet.apa.org/record/2014-14435-001 (“Give your ideas some legs: The positive effect of walking on creative thinking”), comentado por Ferris Jabr en el diario The New Yorker (“Why Walking helps us think”, www.newyorker.com/tech/annals-of-technology/walking-helps-us-think). El artículo publicado en El País en 2004 con el título de “Kant descongelado”, de Luis Fernando Moreno Claros (https://elpais.com/diario/2004/02/07/babelia/1076113029_850215.html), ofrece una semblanza de Immanuel Kant en la visión de varios de sus biógrafos. Ernesto Aguilar Martínez ha analizado la figura del filósofo en su artículo “Immanuel Kant: razón y/o afecciones” (https://reflexionesmarginales.com/blog/2023/03/30/immanuel-kant-razon-y-o-afecciones/).